No son enfermos ni personas caprichosas o frívolas, sino un colectivo «pequeño y vulnerable» que debe tener los mismos derechos que el resto.
Según explica la página web de la OMS, la evidencia disponible en la actualidad ya permite asegurar que no nos encontramos ante un trastorno mental, por lo que mantener la condición trans dentro de este capítulo solo serviría para causar un «enorme estigma» a las personas transgénero. Sin embargo, la OMS considera necesario seguir manteniendo como posible la codificación de la transexualidad en el manual de Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) dadas las significativas necesidades sanitarias de este colectivo, pero nunca como trastorno mental.
Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que la CIE es utilizada por aseguradoras médicas de todo el mundo (cuyos reembolsos dependen de su codificación), por los administradores de los programas nacionales de salud, por los especialistas en recopilación de datos, y por otras personas que hacen un seguimiento de los progresos en la salud mundial y determinan la asignación de los recursos sanitarios.
Desde el punto de vista científico ya tenemos consenso. Ahora toca la parte más difícil, la modificación de las actitudes sociales al respecto de la transexualidad, que como todos podrán intuir debe empezar en el colegio.
Por otro lado tenemos a las generaciones de los hoy adultos que se han criado en un mundo donde esta condición particular se definía como trastorno mental, y que además ha sido estigmatizada de manera frívola, ya no solo desde los medios de comunicación, sino que incluso la creación cultural, como el cine o la literatura, ha contribuido dramáticamente a generar una idea sesgada sobre esta particular sexualización humana.
La forma exacta en la que evoluciona nuestra identidad sexual es desconocida para la inmensa mayoría de la población. Un profano en esta materia no tiene datos suficientes para establecer un juicio sobre el carácter patológico o no de la transexualidad. Pero aún así, como ocurre en otros muchos ámbitos de la vida, la gente establece su actitud hacia el hecho concreto y una vez marcado el punto de vista, es de difícil modificación, máxime cuando el cambio perturba la escala de valores que el individuo ha generado con el paso de los años.
El primer aspecto a tratar en una consulta de psicología, cuando se pretende modificar la actitud de un padre, madre, hermano, amigo, etc con respecto a la transexualidad es, precisamente, el desarrollo de la sexualidad desde la evidencia científica. Es prioritario centrar las bases de trabajo en los cimientos del conocimiento acumulado.
Como base genérica, en nuestro desarrollo sexual y en paralelo con los aspectos biológicos con los que nacemos, comienzan a influirnos una serie de determinantes externos al sujeto y cambiantes en el tiempo. Entre ellos podemos hablar de factores culturales, religiosos, ideológicos y sociales. Se manifiestan a través de las pautas de crianza y criterios educativos referidos al dimorfismo sexual (el hecho de que en la especie animal humana hay dos sexo, el femenino y el masculino), con una marcada influencia en la diferenciación psicosexual entre niñas y niños. Por ello podemos considerar de un modo genérico que el desarrollo sexual es consecuencia de la interacción del sujeto (formado por su cuerpo y su psique), su medio socio-cultural y los acontecimientos que vaya experimentando.
Pero concretemos:
El sistema sexo/género, el que ha imperado hasta ahora, identifica sexo – es decir, lo biológico-, con el género, con lo social, y define ciertas características como masculinas o femeninas, ciertas actividades como apropiadas para mujeres o para hombres, impone ciertas normas a las relaciones entre hombres y mujeres y determina las condiciones de la vida diaria y la posición que hombres y mujeres ocupan en la sociedad.
Durante siglos se ha pensado que estas ideas sobre las características exhibidas por hombres y mujeres eran naturales e inalterables, determinadas por diferencias biológicas y por imposición divida. Afortunadamente, las cosas han empezado a cambiar, no solo desde el punto de vista científico, sino también desde el plano educativo, con un inicio tímido, pero constante, de una visión mucho más integradora de la sexualidad humana en toda su complejidad.
Por lo tanto, sepamos diferenciar entre Sexo, como las características físicas y biológicas y estructuras que se relacionan con la reproducción, que permiten definir a los seres humanos como machos o hembras, biológicamente hablando. Es, por tanto, una categoría biológica, según la cual se habla de sexo cromosómico, sexo genital y sexo hormonal, y Género, o conjunto de características sociales, culturales, psicológicas asignadas a las personas en función del sexo biológico. Es una categoría social que estructura la identidad de las personas y las ubica en el mundo como hombres o mujeres, ordena las formas de comportamiento, la visión del mundo, las relaciones…
En una persona transexual, su sexo y su género no coinciden. Es obvio que el desarrollo sexual humano no comienza una vez se ha dado a luz al bebé, sino que se inicia en el preciso momento de la gestación. Así que atendiendo a este punto sigamos desgranando el acertijo:
Hombres y mujeres poseen ciertas microestructuras de conexiones neuronales diferenciadas, y esas microestructuras, en el caso de los transexuales, se sitúan en una posición intermedia entre ambos sexos. Este hallazgo sugiere que esta condición humana tiene una base biológica (no patológica). Se define como transexual, la identificación de una persona con el sexo opuesto a su sexo biológico, y es una condición que socialmente no suele comprenderse bien. Sin embargo, la ciencia ha dado en los últimos años algunas respuestas a esta característica. La identidad individual de género no es siempre discernible con claridad, mientras que el sexo biológico se manifiesta generalmente en el aspecto físico. Dado que el cerebro es el responsable de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones, diversos centros de investigación de todo el mundo están buscando la representación neuronal de la identidad sexual. Dicho esto, podemos empezar a intuir que el “problema” de la transexualidad no es tal, sino que se basa en una forma complementaria de sexualización con base en la configuración genética que acerca las características actitudinales y emocionales de ambos sexos, masculino y femenino. Podemos concluir que la identidad sexual está reflejada en la estructura de las redes neuronales que se forman bajo la influencia moduladora de las hormonas sexuales, en el transcurso del desarrollo del sistema nervioso, y que no necesariamente tiene que coincidir con la expresión física del sexo (los genitales). Es decir, el cerebro de los individuos transexuales se parece más al del género con que se identifican que al de su sexo asignado.
¿Y qué es lo que nos define como individuos? Todos querríamos que se nos tratase como emocional y actitudinalmente nos sentimos. Necesitamos que se nos reconozca en base a nuestro concepto sobre nosotros mismos, un concepto que se genera íntegramente en el cerebro. Pretendemos ser socialmente aceptados, integrarnos en nuestro entorno de la manera más efectiva. Y son los errores en esta integración los precursores no solo de los trastornos asociados a la transexualidad (depresión, ansiedad, suicidio, obsesiones y compulsiones…), sino a muchas otras condiciones no relacionadas necesariamente con la expresión sexual. La transexualidad no genera el trastorno ni es el trastorno. Es la actitud social al respecto de la transexualidad la que propicia el inicio de determinadas patologías.
Mario López Sánchez
Psicólogo