Origen.
El mecanismo neurológico que lleva a una persona a adquirir y mantener una conducta de juego patológico es básicamente el mismo que el que actúa en cualquier otra adicción, ya sea de drogodependencia a la cocaína, el alcohol o incluso el fervor religioso desmedido. Claro está que esto no quiere decir que nos encontremos ante el mismo fenómeno, pero sí ante una respuesta fisiológica similar, que nos proporciona algunas pistas sobre como afrontar el problema.
Al igual que en las adicciones “tóxicas”, los/as jugadores/as patológicos presentan una disfunción ejecutiva que afecta a las áreas cerebrales frontales y que implica déficits en atención, toma de decisiones, flexibilidad cognitiva, memoria de trabajo y otros síntomas relacionados con las funciones ejecutivas superiores.
Centrándonos en lo relativo a la alteración en los neurotransmisores, en los jugadores patológicos se han encontrado déficits en serotonina, y en sustancias que contribuyen en la secreción de la misma (estas sustancias se llaman “precursores”). Lo mismo ocurre con la adicción a sustancias tales como el MNDA y la cocaína.
La importancia de la afectación del sistema serotoninérgico estriba en su relación con la regulación del estado de ánimo, las emociones, el dolor, el apetito y la regulación de otros sistemas. Así, cuando el consumo de drogas o la conducta de juego provocan un incremento en los niveles de serotonina, de manera inmediata se produce una mejora del estado de ánimo, disminución en la sensación de dolor, etc., tras la desaparición de la droga en el organismo o la ausencia de la conducta de juego, el efecto que se producirá será el contrario, con el consabido síndrome de abstinencia.
Del mismo modo, el aumento en los niveles de noradrenalina parece directamente relacionado con la necesidad de buscar sensaciones, con la intensidad y el tipo de apuestas; las personas que presentan problemas de juego patológico parecen necesitar mayores niveles de activación.
Con respecto a la hipótesis de un déficit de dopamina, y su relación con el sistema de activación del refuerzo y el placer, las investigaciones parecen concluir que el déficit en la dopamina es hereditario y está relacionado con los denominados “factores genéticos” en el 20% de los casos de ludopatía. ¿Quiero esto decir que nos encontramos ante un problema transmisible de padres a hijos? Aún es pronto para saberlo con certeza.
También se baraja la posibilidad de un “error de recompensa predictivo”, según el cual se produce una diferencia entre la recompensa esperada y la recibida. Las neuronas implicadas en el sistema de la dopamina fallan, y la persona que juega sobreestima la probabilidad de éxito de su conducta, lo que le lleva a pensar que obtendrá recompensa (en este caso dinero), cuando en realidad no la obtendrá, o que obtendrá una recompensa mayor de la esperada.
Resolución.
¿Cómo actúa un Psicología ante un paciente con conducta de juego patológico?
El proceso se dispone en varios pasos, que normalmente transcurren en una secuencia fija:
En primer lugar se entrevista al individuo con la intención de evaluar el origen del problema, diferenciar entre una posible etiología fisiológica, una respuesta emocional ante una situación vital concreta y que se ha tornado en incontrolable, o una mezcla de ambas. Igualmente hay que valorar la comorbilidad con otras adicciones, así como con trastornos como el TDAH, trastornos de personalidad o de alimentación.
Seguidamente, y si no ha sido necesaria la derivación para evaluaciones clínicas paralelas, hay que asegurarse de que el paciente esté lo suficientemente motivado para emprender el tratamiento, pues de lo contrario todo intento de mejora caería en saco roto. Sin la colaboración directa del afectado nada de lo que pueda hacer el psicológico tendrá resultados óptimos.
Una vez que tenemos al paciente de nuestro lado y dispuesto a emprender la tarea de modificación conductual, se pasa a la fase 2, donde además de las sesiones de modificación cognitiva, con una psicoeducación al respecto de los errores de apreciación sobre el juego patológico y sus consecuencias, así como sobre probabilidad, se iniciará un proceso de control estimular. Con esto se pretende controlar todas las conductas antecedentes o las señales estimulares que empujan al individuo a iniciar la conducta de juego, como en sus tareas diarias, tiempo libre, manejo de efectivo, amistades, etc.
La fase 3 se denomina exposición con prevención de respuesta. Una vez que el paciente está preparado, se le expone gradualmente a las situaciones que le llevaban a iniciar la conducta de juego. En un principio se ejecuta bajo un acompañamiento directo, el 100% del tiempo de ejecución de la tarea programada, para luego ir pasando a situaciones donde el individuo tendrá que irse manejando en solitario a través de las técnicas en las que anteriormente se le haya instruido.
El trabajo es arduo, con la posibilidad de recaídas y caídas. Pero si el paciente está dispuesto a seguir las pautas del profesional, la probabilidad de éxito es muy alta. Y por supuesto que merece la pena el esfuerzo.