“La conducta violenta se manifiesta en un intento de controlar la relación, y es el reflejo de una situación de abuso de poder, por ello se ejerce por parte de quienes tienen dicho poder, varones, y la sufren quienes están en una posición vulnerable, las mujeres y niños/as”. (Echeburúa. E y Corral. P, 1998).
Lamentablemente vivimos en una sociedad con una marcada estructura patriarcal que se expresa en casi todos los ámbitos; familiar, laboral, social… La mujer víctima de violencia de género suele referir daños emocionales que rebajan notablemente su capacidad para tomar decisiones, así como la confianza en sí misma, establecida como requisito fundamental a la hora de enfrentarse a una situación aversiva con un potencial evidente para su integridad física y psíquica.
La vulnerabilidad y dependencia económica de muchas de ellas las sumerge en una círculo conductual que termina en la aniquilación de la autoestima, agravado por el establecimiento de ideas deformadas sobre la naturaleza del problema. Con frecuencia llegan a la autoculpabilización en un intento de buscar una explicación sencilla y eficaz que permita la resolución de los actos violentos de las que son objetos. “Si ellas se identifican como las culpables, modificar su propia conducta, adaptándola a las exigencias de su pareja violenta, en teoría debería resolver el problema”. Con el tiempo descubren que esta relación de ideas es errónea, lo que inevitablemente se traducirá en una severa sensación de indefensión aprendida, con el consiguiente peligro para su salud emocional y el riesgo de suicidio.
Intervenir a nivel individual es prioritario y urgente, si bien una vez se han logrado mínimos niveles de estabilización emocional en la víctima, la Terapia Grupal puede ser de gran ayuda para agilizar el proceso de recuperación. Establecer nuevos lazos sociales en un lugar seguro donde compartir experiencias, escuchar a otras personas que han pasado por situaciones similares, pero que están en distintas etapas del proceso, así como la naturaleza educativa de las reuniones, con un terapeuta capaz de corregir las ideas erróneas establecidas sobre relaciones de pareja e incluso sobre la propia violencia, genera una sensación de bienestar inmediata, que con el tiempo reporta beneficios demostrados en los niveles de autoestima. De la misma manera, las asistentes a los grupos de trabajo utilizan el servicio para despejar dudas sobre determinada sintomatología ansiosa y depresiva relacionada con su situación. Al tratarse de un entorno grupal, las explicaciones son discutidas y contrastadas con la totalidad de asistentes, logrando altos porcentajes de recuperación, con el consiguiente descenso en la medicalización de sintomatologías que no deberían haberse etiquetado como trastornos, sino como reacciones adaptativas a una situación de peligro incontrolable. Este principio terapéutico se basa en la idea de que la estigmatización y la etiquetación patológica de las víctimas solo contribuye a empeorar la situación de dependencia, así como a deteriorar los niveles de autoestima. El empoderamiento debe lograrse a todos los niveles, sin olvidar el que se relaciona sobre la propia salud emocional.