LA REBELIÓN DE LOS LUDÓPATAS

Artículo escrito por Mario López (Psicólogo-Psicoterapeuta)

Del último macroestudio llevado a cabo por la prestigiosa revista científica The Lancet, a través de una muestra de 1,7 millones de individuos, se ha extraído la conclusión de que la pobreza y la desigualdad social acortan la vida mucho más que el alcohol, la obesidad y la hipertensión juntas. Un bajo nivel socioeconómico es uno de los indicadores más fuertes de morbilidad y mortalidad prematura. Y esto ocurre en todo el mundo; da igual que hablemos de los países emergentes que del corazón de occidente. La OMS lo tiene claro; «La adversidad socioeconómica debe ser incluida como un factor de riesgo modificable en las estrategias de salud local y global, las políticas y la vigilancia del riesgo para la salud». Para que nos entendamos; los gobiernos deben comprometerse en la promoción de la salud a través de políticas que vayan dirigidas a la minimización de la desigualdad social, ya que de otro modo se atenta frontalmente contra derechos tan básicos como el de la salud. ¿Cuan lejos estamos de convertir en realidad lo que hasta ahora es pura palabrería? Pues en España ni tan siquiera nos acercamos a los estándares. Sin entrar en detalles y dejando al margen los problemas de acceso a una vivienda digna o el consumo básico de energía que nos mantenga calientes en invierno y frescos en verano, la inacción de nuestros gobiernos ha dejado de ser el mayor de los problemas, pasando a nivel superior de mediocridad. Aquí no solo entorpecemos el desarrollo de las familias con políticas alejadas de lo que el capitalismo había consensuado como estado social, sino que además promovemos la ruina con estrategias basadas en la promoción de conductas altamente adictivas en los estratos más vulnerables.

La Ludopatía se ha definido en algunos círculos académicos como la heroína del siglo XXI. En los años 80, las consecuencias del consumo de estupefacientes por vía intravenosa devastaron a amplios sectores de la población juvenil. Las defunciones se contaban en miles, ya fuera por factores directos, como la adulteración del producto y la sobredosis, o por los indirectos, como los accidentes o el SIDA. En determinadas zonas del país, pueblos enteros perdieron a toda una generación. El narco se puso las botas. Pero ¿qué hizo el Estado? Somos muchos los que sospechamos con algo más que datos que las estructuras de poder estaban centradas, ante todo, en el nuevo escenario transicional y en cómo manejar a la población en la asunción del cambio de marco. Para ello, entre otras estrategias de marketing, se usó hábilmente la extrapolación a toda la nación del fenómeno de la “movida madrileña”, con la soterrada intención de anestesiar los posibles conatos de rebelión social ante un proceso demasiado liviano con el fascismo y las familias beneficiarias en los 40 años anteriores. Se pretendía un continuismo en la oligarquía básica, así que, de alguna manera, las consecuencias negativas de la expansión del consumo de la heroína y la normalización de la alcoholización juvenil fue un efecto colateral “asumible”. Se hizo extensivo un principio básico de la psicología conductista, condicionando el comportamiento excesivo en la esfera del ocio con la expresión de libertad. Y de hecho aún permanece anclado en nuestra psique. ¿Conspiranoia? Siempre nos quedará la duda. La cuestión es que en aquel entonces poco se hizo para frenar la masacre, de la misma forma que hoy _esta vez expresado en el fenómeno de la ludopatía_ somos testigos directos del mismo aberrante comportamiento gubernamental, más acorde con aquellos que desean la promoción de la conducta adictiva que de su erradicación. El alto coste social se las trae al fresco. Y es que las similitudes son aterradoras, añadiendo algunos matices que, además, convierten a la ludopatía en una panacea para estamentos como la Hacienda Pública. Pero vayamos a los datos objetivos que sustentan estas acusaciones:

Del desastre que supondría la proliferación desmesurada de las salas de apuestas, el Estado estaba más que advertido. La comunidad de profesionales de la psicología no paraba de airear datos abrumadores, que obviamente quedaron silenciados bajo las luces del libre mercado. Abrieron tantos negocios que, a día de hoy, hemos alcanzado el punto máximo de sostenibilidad del sector. La concentración es tal que una sala más ya no generaría beneficios. El nicho de negocio está copado. Curioso que solo llegados a esta línea de saturación las administraciones públicas decidieran legislar al respecto, pariendo un texto de nula retroactividad, por lo que todo su contenido carece de efectos reparadores. Esta es una retorcida manera de hacerle pensar al pueblo que te preocupas por su bienestar, cuando cada movimiento en el tablero se ha ejecutado en función de otros intereses, como el empresarial. Hay salas al lado de cada instituto, colegio o centro formativo, en cada barrio de trabajadores y a pocos metros de cada restaurante, cine y biblioteca. La redacción y aprobación de la ley llega sospechosamente tarde, más allá de lo que todos los técnicos especialistas en la materia venían recomendando.

Los resultados aún no son socialmente visibles. La mayor parte de la ludopatía sigue encerrada en casa, como un oscuro secreto que provoca vergüenza y una lenta agonía. Pero la catástrofe en ciernes acabará por ensuciar más allá de las paredes del hogar, porque sus efectos son tan perdurables que pueden condicionar el futuro a largo plazo de generaciones enteras. Y es que la ruina en España no se despega, no puede limpiarse con el tiempo. Las deudas te persiguen con más determinación que un asesinato _delito que prescribe pasados 20 años desde la ejecución_. Sin embargo, los recibos de préstamo incumplidos jamás lo hacen. Esta es otra de las grandes obras maestras del legislador neoliberal. “Mata y un día serás perdonado. Pero ni se te ocurra dejar de pagar tus préstamos, porque entonces lanzaremos sobre ti los incansables perros del infierno”.

Acertar en las razones por las que un Estado establece semejante distribución de la responsabilidad, requiere el uso de un principio básico de la ciencia; la Navaja de Ockham, que viene a exponer que, ante un problema concreto, la explicación más simple y suficiente es la más probable… En función a esto, lo más probable es que al Estado le importe un pimiento eso de la justicia social, o el bienestar general, fijando su conducta acorde a los principios más duros del capitalismo neoliberal. ¿Qué cuáles son esos principios? Podría resumirlos en unos pocos conceptos centrales: “No intervención de los gobiernos en la economía, desmontando el Estado del bienestar y las políticas de protección social. Del mismo modo se exige mantener una situación que no entorpezca los negocios ni la vida económica. Finalmente, no importan los intereses colectivos, sino los de los individuos”.

Como cualquiera puede observar, este resumen de principios explicaría la inacción gubernamental ante la ludopatía, así como el postureo social a través de una legislación tardía e inútil.

Pero la crueldad neoliberal no termina aquí. La ludopatía, como advertí en líneas anteriores, se ha convertido en una panacea. No solo reporta beneficios a unos pocos empresarios, entre los que figuran algún que otro exministro, sino que, además, engorda de manera significativa las arcas Estatales. Piensen en que la elevada tributación del juego supera a la del alcohol y la de la electricidad. El Estado se embolsa con este retorcido negocio la cifra de 1.600 millones de euros. Sin embargo, de los ingentes beneficios obtenidos a expensas de la adicción de terceros, apenas se reporta un 0,2% para atención, información y tratamientos específicos. Los ludópatas y sus desorientadas familias están siendo tratados como ganado de cría, engorde y sacrificio. Cuando unos caen otros los sustituyen. Así funciona. El Estado prefiere a jóvenes enganchados a los cánticos hedonistas de ese dinero fácil que acaba por devorarte, así como las Sirenas de Ulises, antes que a rebeldes enfurecidos por el panorama de pérdida de derechos y oportunidades. Prefieren barrios de “Yonkis” antes que jóvenes empoderados saliendo a las calles a pelear por su futuro. ¿No lo ves? El Estado quiere a seres alienados que generen beneficios y que griten poco. Unas veces se ha usado la heroína, otras el botellódromo, y ahora el juego. Hedonismo en vena. Y les funciona fantásticamente bien. Las promesas neoliberales han sustituido a la filosofía, hasta el punto de que esta última ha sido retirada de la mayoría de los planes de estudio. No pensar es requisito fundamental para que el tinglado funcione.

Así, el neoliberalismo crea sociedades polarizadas, donde unos ganan mucho mientras otros prácticamente se convierten en esclavos, pero con una perversa metodología que hace de estos últimos una prole conformista sin capacidad crítica y que se culpabiliza de sus desdichas por no haber estado a la altura de lo que el Sistema pretendía de ellos. Ignoran las responsabilidades que emana de los planteamientos políticos en la distribución de la riqueza, así como en la configuración de un marco equitativo que permita a los individuos luchar en igualdad de oportunidades. Son condescendientes con el asesinato selectivo que representa la proliferación planificada de la desigualdad social y la pobreza. Los matan y ni tan siquiera gritan.

La ludopatía es solo una consecuencia más del delirio capitalista. Pero, ¿se puede afrontar la ludopatía desde la subversión? La respuesta es un rotundo SÍ.

El individuo, como he señalado, no es consciente de su déficit en habilidades matemáticas, que lo llevan a cometer errores de apreciación probabilística, ni de como la gran industria del juego controla su conducta a través de lo que llamamos Psicología Oscura.

Enfrentar al sujeto con sus propias limitaciones, señalando las grietas de un sistema educativo marchito, así como de un Estado que regula de espaldas al ciudadano, puede generar un sentimiento de ira dirigido contra estructuras externas, así como la sensación de haber sido manejado como un títere por razones puramente económicas o políticas. El individuo no solo se enfada consigo mismo, sino que encuentra en las fallas de la interpretación de la realidad la razón de su vulnerabilidad ante el poder. ¿Reacción? Recuperar la libertad a través del crecimiento personal. El principio fundamental de que “el conocimiento te hará libre”, adquiere una dimensión determinante para aquellos que deciden encarar el problema: Filosofía, matemáticas y psicología; eso es todo lo que necesitas para deshacerte de las cadenas.

La subversión del sistema puede ayudar al Ludópata. Pero para eso hay que dejar de tratarlos como a simples enfermos, y dirigir la mirada hacia las oligarquías que han propiciado la enfermedad, desgranar la mecánica, la función y los objetivos de las mismas.

Ninguna administración pública querrá saber nada de esta metodología para encarar la Ludopatía, ya no solo por su carácter despatologizador, sino por su naturaleza revolucionaria, donde el individuo se convierte no solo en el solucionador de su problema particular, sino en una pieza clave para el desenmascaramiento de un Sistema Económico brutal, cruel y hedónico que utiliza a la población como a ganado. A estas alturas de la película necesitamos mostrarle al “enfermo” el camino de la rebelión.

 

 

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