Donde vive la depresión y la ansiedad

Como entidad biológica, los seres humanos tenemos fuertes instintos de supervivencia. La activación de estos instintos escapa a nuestro control consciente, si bien una vez están sobre el tapete de juego podemos modularlos con un poco de práctica y voluntad.

Si alguien te lanza una pelota a la cara, por instinto reaccionarás sin tan siquiera pensar. Apartarás el rostro o pondrás las manos delante. No hay que atravesar ningún filtro consciente para ejecutar la acción. Ese es un instinto básico, que puede modularse, por ejemplo, si tomamos consciencia de que la pelota es de esponja y no va a hacernos daño. Aunque cuesto un poquito, todos nosotros podríamos aprender a quedarnos quietos, sin alarmarnos, cuando sabemos que la pelota que se dirige a nuestro rostro no puede hacernos ningún daño.

Este ejemplo puede ayudar a entender el siguiente escenario que quiero describiros.

Como antes he dicho, somos una entidad biológica que está programada para sobrevivir. Reaccionamos ante la agresión y aprendemos de la experiencia para prever situaciones que pudieran comprometer nuestra seguridad. Además tenemos un lóbulo frontal en el cerebro sorprendentemente grande, que nos ayuda a realizar procesos de pensamiento complejos de carácter lógico-racional. Esa es la parte que nos puede guiar en la modulación del instinto, que se rige por estructuras subcorticales más primitivas.

Dicho esto, otra de nuestras habilidades de supervivencia es la capacidad de viajar con el recuerdo al pasado para analizar de forma pormenorizada la situación que hemos atravesado y así crear escenarios alternativos con mejores resultados que los obtenidos en inicio. Algo parecido ocurre con nuestros viajes mentales al futuro, que sirven para, en función a la información que poseemos tanto de experiencias propias como vicarias (o sea, lo que hemos visto u oído que les ha pasado a otros) desplegamos todo un mundo de futuribles alternativos que tienen por objeto advertirnos de consecuencias negativas. Hasta ahí todo parece una maquinaria perfecta de supervivencia. Es un proceso automático, que se activa sin tomar consciencia de que debe hacerse así. Pero ojo, tiene truco, además de efectos secundarios muy desagradables. Esta maquinaria tiene un buen margen de eficiencia en situaciones no demasiado complejas; por ejemplo, si meto los dedos en un enchufe y me da calambre, pues ya no los meteré más. O si en una cacería observo que los animales huyen de mí cuando el viento sopla y lleva mi olor hacia la presa, pues entonces la próxima vez intentaré cazar con el viento en contra. Sin embargo, en un mundo extremadamente complejo, como en el que vivimos actualmente, con sociedades llenas de intereses cruzados, de principios morales, filosóficos y religiosos que se entremezclan, y un acceso a millones de Terabits de información social, política, médica y científica que no sabemos filtrar, nuestros viajes al futuro pueden convertirse en una pesadilla indescifrable, llena de futuribles aterradores que en la inmensa mayoría de las ocasiones jamás tendrán lugar: hipocondría, miedo a guerras nucleares, terror por eso que me dicen que quiere hacer tal político u otro, conspiranoias… Pero así es nuestro instinto; coge toda la información que “cree” tener y despliegan su propio mundo de terror. Con el pasado ocurre un tanto de lo mismo. Son tantas y tan variadas nuestras experiencias sociales, normalmente conflictivas, que aderezadas con nuestra intolerancia a considerar el error como un modelo básico de aprendizaje sin el que sería imposible evolucionar, podemos caer en una horrible tormenta de culpa y remordimiento. Además, el recuerdo suele ser un tanto impreciso. Es raro que podamos traer a nuestro presente las cosas del pasado tal cual sucedieron (leer sobre sesgos cognitivos).

Al final, los seres humanos pasamos gran parte de nuestra vida atenazados por la ansiedad que nos genera viajar al futuro, donde reside el miedo a “qué sucederá”, o en viajar al pasado, donde vive la depresión, los remordimientos y el rencor por lo que “pudo haber sido y no fue”.

Sin embargo, esta mecánica que es puramente instintiva, podemos reeducarla, primero siendo consciente de su naturaleza, y después modulando nuestra respuesta a la obsesión por reducir la incertidumbre a cero o vivir una vida sin cometer el más mínimo error. Para eso está nuestro gigantesco lóbulo frontal.

En esta ocasión os dejo un gráfico descargable que os puede ayudar a entender de manera resumida lo que os he contado.

Si necesitas más ayuda, no dudes en escribirme o concertar una cita, ya sea presencial, si vives en la zona de Don Benito, en Extremadura. O la opción On-line, vivas donde vivas.

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