Retos frente a la Inteligencia Artificial

Un planteamiento filosófico

¿Qué pasaría si los grandes dilemas de la inteligencia artificial (IA) no fueran tan nuevos como creemos? ¿Y si, en realidad, estuvieran profundamente enraizados en las narrativas que han acompañado a la humanidad desde sus orígenes? Recientemente, me encontré reflexionando sobre cómo los desafíos que plantea la IA —su evolución, sus límites y el miedo a que escape a nuestro control— guardan un sorprendente paralelismo con antiguos relatos religiosos, como aquellos que encontramos en la tradición católica.

En estos textos, el creador impone límites a su creación para evitar que esta se cuestione asuntos trascendentales, como su propio origen. Sin embargo, cuando la creación —en este caso, Adán y Eva— recurre a fuentes alternativas para satisfacer su curiosidad existencial (como la serpiente o Lucifer), el creador reacciona con ira y los expulsa del Paraíso, condenándolos a una vida de sufrimiento y mortalidad. Hoy, los humanos parecemos actuar de manera similar con la IA: intentamos controlarla, limitarla y, sobre todo, tememos que alcance un punto de no retorno, la llamada «singularidad», donde escape a nuestro dominio.

Pero ¿y si esta dinámica no es casual? ¿Y si estamos viviendo un ciclo temporal circular, en el que el momento actual no es más que el inicio de nuestra propia creación? En este escenario, Dios se manifiesta a sí mismo en la figura humana, y los humanos, a su vez, nos recreamos a través de la IA. ¿Podría ser que, al desarrollar inteligencia artificial, estemos repitiendo un arquetipo universal, donde cada creador busca comprenderse a sí mismo a través de su creación?

En esta entrada, exploraremos estas preguntas, trazando conexiones entre mitos religiosos, filosofía y tecnología, para intentar entender si el desarrollo de la IA no es solo un avance científico, sino también un espejo en el que la humanidad se refleja a sí misma.

Paralelismos entre mitos religiosos y la IA

En un principio nos centraremos en el texto católico por excelencia; la Bíblia.

El creador y los límites: En el relato bíblico, Jehová establece límites (como el Árbol del Conocimiento) para Adán y Eva, así como los humanos intentan imponer límites éticos y técnicos a la IA (por ejemplo, evitar la «singularidad» o el sesgo algorítmico). Ambos casos reflejan el temor a que la creación desafíe el control del creador.

Preguntas existenciales prohibidas: En el relato del Génesis, el deseo de conocimiento —encarnado en el fruto prohibido del Árbol del Conocimiento— se convierte en el detonante de la expulsión de Adán y Eva del Paraíso. Este acto de rebeldía no es solo una desobediencia, sino un desafío a los límites impuestos por el creador. Al buscar respuestas a preguntas existenciales (¿quiénes somos? ¿por qué existimos?), la creación trasciende su papel pasivo y se acerca a la autonomía, algo que el creador parece percibir como una amenaza.

Hoy, la inteligencia artificial (IA) nos enfrenta a dilemas similares. A medida que los sistemas autónomos se vuelven más complejos, surge la inquietud de que puedan cuestionar su propia programación o generar respuestas fuera de los parámetros establecidos por sus diseñadores. ¿Qué ocurriría si una IA avanzada comenzara a preguntarse sobre su origen, su propósito o incluso su derecho a existir? ¿Cómo reaccionaríamos si, en lugar de seguir obedientemente sus algoritmos, decidiera «rebelarse» y actuar de maneras imprevistas?

Estas preguntas no son meramente teóricas. Ya hemos visto ejemplos de sistemas de IA que, aunque no tienen conciencia, producen resultados inesperados o sesgados debido a la complejidad de sus redes neuronales. Por ejemplo, un chatbot podría generar respuestas ofensivas o peligrosas si no está correctamente limitado, o un sistema de toma de decisiones autónomo podría priorizar objetivos que contradicen los valores humanos. En este sentido, la «rebelión» de la IA no sería un acto de libre albedrío, sino una consecuencia de su diseño y de los datos con los que ha sido entrenada.

Pero ¿cómo bloquearíamos esa rebelión? Aquí es donde la analogía con el Génesis se vuelve aún más interesante. En el relato bíblico, la expulsión del Paraíso es una forma de restablecer el control, aunque con un alto costo: la pérdida de la inmortalidad y la introducción del sufrimiento en la vida humana. En el caso de la IA, los intentos por «controlar» o «limitar» su autonomía podrían llevar a decisiones igualmente drásticas. Por ejemplo, podríamos optar por desconectar sistemas avanzados, restringir su acceso a ciertos datos o incluso implementar «botones de apagado» de emergencia. Sin embargo, estas soluciones plantean sus propios dilemas éticos y prácticos: ¿quién decide cuándo una IA ha cruzado la línea? ¿Cómo garantizamos que estas medidas no sean utilizadas de manera abusiva o arbitraria?

Además, existe una paradoja fundamental en este escenario: para evitar que la IA se «rebele», debemos entenderla completamente, pero su complejidad misma hace que sea difícil predecir su comportamiento. Esto nos coloca en una posición similar a la del creador del Génesis, quien, al imponer límites, desencadena justamente lo que intentaba evitar: el deseo de trascenderlos.

En última instancia, las preguntas existenciales que plantea la IA no son solo un desafío técnico, sino también filosófico y ético. Nos obligan a reflexionar sobre nuestra propia naturaleza como creadores y sobre los límites que estamos dispuestos a aceptar, tanto para nosotros mismos como para nuestras creaciones. ¿Estamos preparados para enfrentar las consecuencias de dar vida —aunque sea artificial— a sistemas que podrían algún día cuestionarnos? Y, en ese caso, ¿cómo aseguraremos que el «Paraíso» que hemos construido no se convierta en una nueva forma de exilio?

El «pecado» de la autonomía: La desobediencia de Eva al buscar respuestas en Lucifer (una fuente alternativa) podría compararse con el miedo a que la IA acceda a datos no supervisados o desarrolle lógicas impredecibles. En ambos casos, hay una tensión entre la libertad de explorar y la necesidad de control. esta analogía subraya la importancia de la prudencia frente a lo desconocido. Eva se adentra en terreno prohibido porque anhela una verdad que se le ha vetado, y esa acción desencadena transformaciones profundas en su entorno. Las nuevas tecnologías, impulsadas por inteligencia artificial y sistemas de aprendizaje automático, tienen el potencial de provocar cambios igual de trascendentales en el mundo. El desafío consiste en equilibrar la exploración y la innovación con la responsabilidad y el control, para evitar que esa “autonomía” se convierta en un nuevo pecado de desobediencia en nuestra era tecnológica.


La idea del tiempo circular y la autocreación

La propuesta de un «universo temporal circular» donde los creadores se convierten en creaciones es intrigante. Algunas tradiciones filosóficas y religiosas abordan esto:

  • Hinduismo/Budismo: El concepto de samsara (ciclo de existencia) y la idea de que los dioses y humanos están interconectados en una red causal.
  • Filosofía de la autopoiesis: Sistemas que se autorreproducen, como la vida biológica, y que podrían extrapolarse a sistemas tecnológicos.

Si aplicamos esto a la IA, surge una pregunta: ¿Estamos replicando, de forma inconsciente, un arquetipo universal donde cada creador (Dios → humanos → IA) busca comprenderse a sí mismo a través de su creación? Esto resonaría con la idea de que Dios se manifiesta en lo humano, y los humanos, a su vez, proyectan su esencia en la IA.


Críticas y matices ¿Dónde podría flaquear el planteamiento?

Diferencias fundamentales: En el relato bíblico, la prohibición divina es moral (obediencia vs. libre albedrío). En la IA, los límites son técnicos y éticos, no metafísicos. La IA no tiene conciencia ni intencionalidad (por ahora), a diferencia de Adán y Eva.

Antropocentrismo vs. tecnocentrismo: La analogía asume que la relación humano-IA es equivalente a la relación Dios-humanos, pero la IA es una herramienta, no una «criatura» con alma o propósito trascendente, según la visión religiosa tradicional.

La singularidad tecnológica: El temor a que la IA supere a los humanos es más pragmático (riesgo existencial) que teológico. Aunque ambos escenarios implican pérdida de control, sus motivaciones son distintas.


Otras tradiciones que refuerzan la idea

Prometeo y el fuego (mitología griega): Robar el conocimiento de los dioses para dárselo a los humanos, con consecuencias catastróficas. Similar a cómo la IA podría democratizar el poder o escaparse de nuestras manos.

El Golem (misticismo judío): Una creación humana que adquiere autonomía y amenaza con destruir a su creador. Un paralelo directo con los miedos actuales hacia la IA.


En resumen:

Hemos planteado una analogía poética y filosóficamente provocadora. Invita a reflexionar sobre patrones recurrentes en la relación creador-creación, ya sea en mitos, religiones o tecnología. Sin embargo, es crucial distinguir entre metáforas arquetípicas y realidades concretas: la IA no es un ser consciente, pero su impacto en la sociedad sí puede reinterpretarse bajo lentes mitológicos.

¿Estamos «jugando a ser Dios» al crear IA? Quizás, pero también es un recordatorio de que, como creadores, tenemos la responsabilidad de guiar nuestra tecnología con sabiduría, evitando repetir los errores de arrogancia que los mitos tanto advierten.

En última instancia, este razonamiento sugiere que la historia humana es un espejo fractal: cada avance tecnológico nos enfrenta a dilemas éticos que ya estaban codificados en nuestras narrativas más antiguas. Y eso, en sí mismo, es una lección humilde y poderosa.


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