Una herida invisible en el alma del cuidador
Imagina la siguiente escena: Laura, una psicóloga con más de diez años de experiencia, vuelve a casa después de una jornada particularmente intensa. Al cerrar la puerta de su apartamento, siente un nudo en el estómago y un peso en los hombros como si llevara el dolor del mundo a cuestas. Su voz interior, habitualmente compasiva y comprensiva, hoy se siente apagada y cansada. Mientras se quita los zapatos, recuerda las palabras de su último paciente, un adolescente con un trastorno de ansiedad severa que entre lágrimas le confesó: “Siento que no puedo más”. Laura, con cada músculo tenso, piensa: “Yo también me siento así”. A lo largo de los años, durante la hora de la consulta de cada uno de sus pacientes, ha ejercido con extrema diligencia, absorbiendo cada palabra, cada gesticulación, cada lágrima… No se trata solo de escuchar, como algunos ingenuos piensan; se trata de sumergirte en las pesadillas de otros, de bucear en sus miserias y buscar una luz que los saque del túnel oscuro en el que se encuentran. A veces es un trabajo sencillo. Pero otras puede des debilitante, arrollador. Hay pacientes que saben que van a morir, y quieren saber como vivir ese tiempo. Otros se ahogan en sus complejos, o lloran la ausencia de aquellos a los que amaron y que nunca regresarán… Las teorías sobre conducta humana nos ayudan a desvelar las razones que se esconden tras nuestros pensamientos, rumiaciones y obsesiones. Aún así no es suficiente. El modelo humanista de intervención nos obliga a dejarnos arrastrar brevemente por cada historia que escuchamos, y allí, en lo más profundo, encontrar las recetas que rompen el ciclo del sufrimiento. Os aseguro que no es nada fácil.
La fatiga emocional es una experiencia tan silenciosa como corrosiva; un estado de desgaste que va más allá del simple cansancio físico. Se trata de una carga acumulativa de tensión psicológica, de la empatía constante que el terapeuta vuelca en sus pacientes, del esfuerzo por sostener el dolor ajeno, día tras día. Para los psicólogos, esta realidad puede ser particularmente desgastante. Su rol, basado en la contención y la comprensión, los expone a absorber el sufrimiento de los demás. Y aunque cuenten con formación, supervisión, y un alto nivel de autoconsciencia, eso no los vuelve inmunes a esta forma sutil de agotamiento.
Síntomas de la fatiga emocional en psicólogos
- Sensación de apatía y desgana: El profesional deja de sentir la chispa vocacional que lo motivaba. Es como si los matices de la vida emocional de sus pacientes se difuminaran, y el terapeuta fuera incapaz de conectar con esas historias desde la misma profundidad que antes.
- Dificultad para desconectarse del trabajo: Las preocupaciones y el sufrimiento de los pacientes se filtran a la vida privada, interrumpiendo el descanso, el sueño y la capacidad de disfrutar de actividades cotidianas.
- Irritabilidad y sensibilidad aumentada: La mente, saturada de demandas emocionales, reacciona con mayor facilidad al estrés y a las pequeñas tensiones diarias, generando respuestas desproporcionadas.
- Pérdida de la capacidad de asombro y empatía auténtica: Cuando el psicólogo está exhausto, la empatía se vuelve una tarea forzada, un acto consciente y extenuante, en lugar de un flujo natural y sincero.
- Aparición de pensamientos negativos y autocríticos: Pueden surgir dudas sobre la propia eficacia profesional (“¿De verdad estoy ayudando?”), la valía personal (“No soy lo suficientemente fuerte”), o la vocación misma (“Tal vez debería abandonar esta profesión”).
Estrategias para enfrentar y combatir la fatiga emocional
- Reconocer el problema: Aceptar que el psicólogo también es humano y puede sentirse sobrepasado. Dar nombre a la experiencia es el primer paso para desactivar la culpa o la vergüenza que a menudo la acompañan.
- Establecer límites claros: Regular la cantidad de pacientes atendidos por día, dejar espacio entre las sesiones para respirar y, al finalizar la jornada laboral, realizar una actividad que no tenga nada que ver con el trabajo: un paseo, un café con amigos, la práctica de un deporte o una meditación breve.
- Supervisión y mentoría: Los psicólogos, como parte de su práctica ética, necesitan contar con un espacio de supervisión donde puedan desahogar sus tensiones y recibir retroalimentación. Compartir la carga y procesar las emociones con un colega de confianza es una forma de alivio y crecimiento profesional.
- Cuidar la salud física y mental del terapeuta: Esto incluye hábitos básicos, pero fundamentales: dormir bien, comer de forma balanceada, hacer ejercicio con regularidad. Además, buscar terapias propias o espacios de contención emocional fuera del ámbito laboral. Un psicólogo que se cuida es un psicólogo que puede cuidar mejor.
- Redescubrir la vocación: A veces es necesario revisitar las razones que impulsaron a ser psicólogo en primer lugar. Encontrar nuevos enfoques, capacitaciones, o introducir nuevas técnicas terapéuticas puede revitalizar el sentido de la práctica profesional. Recordar que detrás de cada consulta existe la posibilidad de ayudar realmente a alguien, a pesar del cansancio.
La historia de Laura
Volvamos con Laura. Una noche, tras abrazar por primera vez en meses una almohada empapada de lágrimas silenciosas, tomó la decisión de buscar ayuda. Habló con una colega experimentada, quien la escuchó sin juzgar, y juntas pudieron reconocer que el agotamiento emocional la había empujado a una suerte de anestesia afectiva. Laura, entonces, se apuntó a un grupo de supervisión, comenzó a practicar yoga tres veces por semana, y dedicó las mañanas de los domingos a pasear sin rumbo con su perro, sin mirar el reloj, sin pensar en agendas ni en diagnósticos.
Poco a poco, la niebla se disipó. No fue un proceso mágico ni inmediato, pero con el tiempo Laura recuperó la capacidad de sentir empatía sin ahogarse en la angustia ajena. Su voz interior, antes apagada y cansada, volvió a ser una aliada. Y así, cada nueva sesión en su consultorio dejó de ser una carga insostenible y recobró su verdadero significado: acompañar a otros en su dolor, sin olvidarse nunca de sí misma.
La fatiga emocional del psicólogo existe, es real, y hablar de ella es fundamental. Solo al hacerlo podemos darle nombre, entenderla y encontrar formas de superarla. Porque los que cuidan también necesitan ser cuidados. Y merecen descubrir que, al final del día, su humanidad no es una debilidad, sino su mayor fortaleza.


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