Está más que demostrado que el contacto con la naturaleza mejora nuestras funciones, tanto a nivel físico como cognitivo. Un paseo por el bosque, caminar con consciencia del lugar que ocupamos en el mundo, apreciar la belleza de los detalles, de las cosas pequeñas; una flor, el sonido de la hierva o de las hojas de los árboles al moverse acariciadas por la brisa, el insecto que corretea en el camino, el pájaro que sobrevuela el rio para beber, mientras sus alas acarician la superficie del agua… Cada momento en contacto con un entorno limpio, cuidado y verde nos suma salud. Pero, lamentablemente, como así lo certifican desde la OMS, España es uno de los países que menos se ocupa de cuidar su masa vegetal. En nuestro país relacionamos el progreso con la destrucción del entorno natural. Aún no hemos aprendido ( o no queremos aprender) a fusionar ambos aspectos del desarrollo, que en términos económicos puede salirnos muy caro. Por un lado, la gestión inadecuada de los bosques ha llevado a la pérdida de biodiversidad, la destrucción del ecosistema y la emisión de gases de efecto invernadero. Por sí solo, estos tres aspectos tienen un coste añadido para nuestras arcas. Enumeremos solo algunos de ellos: El Estado se ve obligado a invertir en proyectos de restauración de esos mismos ecosistemas dañados; recuperación de ríos y bosques, así como limpieza de suelos contaminados. Así mismo se incrementan los costos en potabilización de agua y tratamiento de aguas residuales, debido a la alta contaminación. También se observa un crecimiento exponencial de los desastres naturales, como inundaciones e incendios, debido a la falta de limpieza y cuidado de los montes y márgenes de los ríos. Inevitablemente esto acarrea un aumento de las temperaturas medias a lo largo del año, lo que afecta de manera directa a la industria del turismo, que empieza a elegir lugares con climatología más amable. Igualmente, la erosión y la desertificación merma el número de insectos polinizadores, reduciendo el rendimiento de las cosechas e impactando sobre la seguridad alimentaria y las exportaciones consecuentes. No hay que pensar mucho para deducir de todo esto una caída del PIB del sector primario.
Y esto no es todo. Obviamente la salud humana cae a la par de la salud de nuestros suelos, bosques, montes y ríos. La pérdida de biodiversidad conlleva pérdida de riqueza y empleo, con aumento de la ansiedad y depresión. También se ha observado un notable aumento de enfermedades respiratorias, gastrointestinales, oncológicas, neurológicas y cardiovasculares. Hay estudios que vinculan la contaminación, tanto del aire como la contaminación acústica, con mayor riesgo de infartos y enfermedades neurodegenerativas, incluso en personas jóvenes. El Estado, por tanto, debe invertir más en gastos sanitarios, medicamentos y programas de dependencia.
En Europa y gran parte del mundo, muchos países se han dado cuenta de esto y no están dispuestos a seguir acarreando con un lastre económico que es perfectamente evitable. El modelo estadounidense neoliberal de crecimiento infinito no funciona. La naturaleza no puede sucumbir ante el avance empresarial, a no ser que estemos dispuestos a que nuestra evolución como especie tenga un final más temprano que tarde.
Los estudios muestran, además, que también estamos sufriendo un coste emocional muy importante. El contacto con la naturaleza se ha mostrado como un antidepresivo más potente que cualquiera de los que ya se comercializan en farmacias. La evidencia es sólida: La exposición a ambientes tranquilos y naturales (bosques, parques, agua) reduce la actividad del eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA), el sistema principal de respuesta al estrés del cuerpo. Esto se traduce en una disminución significativa de los niveles de cortisol (la hormona del estrés) y la presión arterial. La depresión crónica a menudo se asocia con un sistema HPA hiperactivo y niveles elevados de cortisol, que dañan el cerebro. La naturaleza calma este sistema de raíz. La actividad física suave (caminar) en entornos naturales, combinada con la simple exposición a la luz solar y el paisaje, estimula la liberación de serotonina (el neurotransmisor del bienestar y la calma) y endorfinas (analgésicos y elevadores del ánimo naturales). Los antidepresivos ISRS (Inhibidores Selectivos de la Recaptación de Serotonina) funcionan aumentando la disponibilidad de serotonina; la naturaleza logra un efecto similar, pero a través de una ruta integrada con la actividad física y sensorial. Investigaciones han demostrado que ciertas bacterias no patógenas que se encuentran en la tierra (Mycobacterium vaccae) pueden actuar como un antidepresivo natural. Al respirar el aire fresco o trabajar la tierra, estas bacterias pueden ser inhaladas o absorbidas. Se ha teorizado que estas bacterias pueden estimular la producción de serotonina en el cerebro, mejorando el estado de ánimo de forma directa. Los árboles, especialmente en los bosques, liberan aceites esenciales volátiles llamados fitoncidas (terpenos). La inhalación de estos compuestos está ligada a un aumento de la actividad de las células NK (Natural Killer) del sistema inmune y tiene un efecto relajante y ansiolítico documentado.
Los entornos urbanos, sin embargo, exigen una atención dirigida (esfuerzo consciente para concentrarse y filtrar distracciones), lo que causa fatiga mental y estrés. La naturaleza ofrece una atención fascinante o involuntaria (mirar las nubes, escuchar el viento). Este tipo de fascinación suave permite que el córtex prefrontal (la parte del cerebro responsable de la función ejecutiva y la concentración) descanse y se regenere. La reducción de la fatiga mental lleva directamente a una disminución de la irritabilidad, la rumiación y la sensación de agobio, síntomas centrales de la depresión.
La rumiación (dar vueltas constantemente a pensamientos negativos) es un marcador clave de la depresión. Estudios de resonancia magnética han demostrado que un paseo por la naturaleza reduce la actividad en la corteza prefrontal subgenual (una región cerebral asociada con la rumiación y el pensamiento introspectivo negativo), algo que muchos fármacos buscan mitigar.
¿Saben cuanto gasta el Estado español en fármacos y tratamientos por problemas relacionados con la salud mental? Unos 60.000 millones de euros anuales. La cifra es descomunal. Un 4% del PIB. Y eso sin tener en cuenta otros problemas de salud derivados, que también podría amortiguarse utilizando el contacto con la naturaleza como tratamiento de primer orden.
Para que se hagan una idea más clara de lo que representa ese gasto, tan solo decir que es la misma cifra de lo que el Estado gasta en todos los programas de educación: Primaria, Secundaria, Universidad y Formación Profesional.
España está a la cola. Como siempre, llegamos tarde. Y esa es una de las razones que me ha llevado a abandonar mi país a la edad de 54 años, con una carrera como psicoterapeuta ya consolidada. Ahora resido en Alemania, donde una paseo en la tarde, ya sea Verano, Otoño o Invierno, ayuda a reconectar, a meditar, a recuperar la esperanza y a disfrutar de la belleza del mundo que nos rodea… Mi salud mental me lo exigía imperiosamente.
Os presto unas fotografías de uno de esos momentos, que como rezaba un filósofo callejero alemán: «Herbst ist, wenn die Blätter tanzen und die Luft Geschichten flüstert», que significa; el Otoño es ese momento cuando las hojas bailan y el aire susurra historias.







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