FOBIAS DE IMPULSIÓN

Hablamos sobre uno de los fenómenos psicológicos más comunes e inquietantes que afectan a la población general.

Cuando alguien cae presa de una fobia de impulsión, su primera sensación es la de estar «perdiendo la cabeza», como si algo ajeno a él mismo se hubiera apoderado de sus pensamientos y lo estuviera empujando a realizar actos que para él/ella son absolutamente inmorales. De hecho, una fobia de impulsión se cimenta en el miedo a cometer actos que, bajo la educación o cultura del sujeto, se definen como indecorosos, indecentes o amorales.

Principales fobias de impulsión:

Miedo a hacer daño a alguien: el sujeto cree que en cualquier momento perderá el control y, por ejemplo, si tiene un cuchillo cerca lo agarrará y se lo clavará a todo el que esté cerca. Imaginen como esta condición puede afectar al día a día de la persona. Llega a un restaurante con sus amigos y familia y, seguramente, al ver la cubertería sobre la mesa no tardará en entrar en pánico.

También es muy común creer que vas a hacerte daño a tí mismo: el sujeto sentirá pavor solo con estar cerca de una ventana. Su mente le lanzará imágenes de sí mismo lanzándose al vacío. Sentirá como una parte de su mente le empuja a comprobar una y otra vez si se atrevería,  lo que le generará aún más ansiedad.

Los actos sexuales indecorosos o inmorales, como la pedofilia, son también elementos habituales en las fobias de impulsión. El sufrimiento que provocan es atroz. El individuo se espanta ante esos pensamientos que se cruzan, sin poder evitarlos. No consigue discernir entre el deseo y el miedo. Trata de discernir entre un pensamiento controlado y uno automático, lo que, evidentemente, se hace imposible en un contexto ansioso.

Algunas personas que, sin saberlo, han sido educadas bajo discurso homofóbico (que son la mayoría), pueden sentir temor ante la aparente imposibilidad de definir su género. Hablamos de individuos heterosexuales que, en un momento determinado de su vida, ante un periodo de estrés, se exponen a contenido homosexual, ya sea pornografía, o ya sean relatos de personas conocidas que han salido del armario. El estado ansioso previo, coordinado con imágenes mentales moralmente ambiguas, puede precipitar la fobia de impulsión, dejando al sujeto ante la duda existencial. Es sencillo que confunda el afecto con el deseo y la admiración de la belleza con el impulso sexual. Caerá en ese círculo vicioso de comprobación, donde se preguntará una y otra vez si realmente es homosexual y no lo sabía. Para ello se expondrá voluntariamente a escenas homo, que puede confundirle aún más de lo que está.

En definitiva, la  persona que ha caído en las fauces de una fobia de impulsión, cree que se está volviendo  loca y, como mecanismo de defensa, comprobará una y otra vez la veracidad de las imágenes mentales que le atosigan. Esa necesidad de comprobación es como un pez mojado; cuando más lo aprietes más fácil es que se te resbale de las manos. La fobia de impulsión no se desvanece con la comprobación, sino con la simple y mera indiferencia.

¿Qué es eso de la comprobación?

Vayamos a un caso típico de fobia de impulsión relacionada con la pederastia. El sujeto siente verdadero pavor ante la posibilidad de manifestar atracción sexual por personas asexuadas (niños/as). De esta forma, lleva a cabo una permanente y minuciosa revisión sus sensaciones. Revisa cada una de sus reacciones fisiológicas y emocionales cada vez que está cerca de un menor. Llega a confundir expresiones absolutamente normales, como la admiración de la belleza con atracción sexual, o el afecto y el cariño con el deseo. Se encuentra en un torbellino psicológico que le incapacita para identificar con normalidad que siente y qué quiere. Además, las manifestaciones fisiológicas de la ansiedad, como la agitación o la taquicardia, le hacen sentirse aún más confundido. Ese afán por comprobar constantemente lo que siente, para asegurarse de que todo está bien, le lleva a creer que realmente está obsesionado con la anatomía infantil, generando aún más pánico y una creencia aún más arraiga de que, quizá, se haya convertido repentinamente en un pederasta capaz de llegar a la pedofilia.

La buena noticias es que estamos ante un fenómeno autolimitado. O sea; se cura tanto con tratamiento como sin tratamiento. El problema de no someterse a tratamiento es que la duración del fenómeno y el sufrimiento son mucho mayores, pudiendo provocar estados depresivos por agotamiento hormonal.

Si tienes preguntas al respecto, no dudes en escribir al email psicologoext@gmail.com


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